Marzo de 2013
Alma.
De cuando dejó de ser Victoria y empezó a ser Alma.
“¿Cómo puedo ser buena cuando todo está tan caro?”, les
pregunta la sincera prostituta Shen Te a los tres dioses que bajan a la ciudad
de Se Chuan en busca de un alma intachable, representando ellos los valores de
la moralidad burguesa capitalista. Shen Te hace intentos de vivir de otra
manera más honorable; sin embargo, no le queda otra que vender su cuerpo para
poder pagar el alquiler. Los dioses tratan de resolver los problemas de la
chica con una importante suma de dinero, ella pone una tienda de tabaco, pero
su indulgencia la pierde y tiene que ingeniárselas para encontrar la manera de
defenderse de los aprovechadores. En algún momento les increpa a los dioses
truchos: “Algo ha de andar mal en vuestro mundo cuando la maldad es
recompensada”.
Una de las fuentes de inspiración de la obra Alma es
precisamente la pieza de Bertold Breht titulada El alma buena de Se Chuan. De
ahí el nombre de la protagonista, una inocente chica provinciana que hace una
décadas llegó a Buenos Aires llamándose Victoria, para trabajar como empleada
doméstica y mandarle dinero a su familia. Pero se quedó sin empleo, sola en la
calle y ante el ofrecimiento de un extraño, creyó que iba a trabajar de artista
y eligió el nombre de Alma. En verdad, se trataba de un infame violador que se
aprovechó de la situación de orfandad de la ingenua Victoria, poniéndola en el
camino de la prostitución. A su pesar, sin otra opción, cada vez más curtida y
automatizada Alma ve pasar su vida a través de los años.
Victoria-Alma representa obviamente a tantas mujeres que
por necesidad o porque son secuestradas y forzadas por redes mafiosas ejercen
ese oficio denigrado incluso por los mismos hipócritas que la consumen. Es
decir, esos clientes que pagan a veces por chicas como Marita Verón, que nunca
son puestos en la picota, y que tampoco –que se sepa- han dado alguna vez
muestras de compasión y de responsabilidad cívica al encontrarse en whiskería y
otro tipo de burdeles, con mujeres que fueron secuestradas y que seguramente
les pidieron ayuda…
Si la historia de esta Victoria que se convierte en Alma
al caer en esa trampa de la que no podrá salir resulta tan tocante en lo
emocional y puede despertar saludable inquietud en el público, es en gran
parte gracias a la extraordinaria actuación de Lorena Székely, actriz de
singular transparencia y gran comunicatividad. Ella encarna a la protagonista y
también –brechtianamente- se desdobla en la narradora que se dirige
directamente a los espectadores con una mirada de reclamo, que busca
respuestas.
Gracias a los inteligentes efectos de la iluminación, a la
significación de los contados objetos que hay en escena y al diseño de una
rayuela sobre el piso, la historia de Victoria-Alma pasa fluidamente por
pueblos, por la ciudad, por los sórdidos locales donde trabaja a lo largo de su
vida. Una silla puede ser varias cosas, empezando por el asiento de un tren o
de un colectivo; y las líneas de la rayuela transformarse en las calles de
Buenos Aires donde se pierde en más de un sentido la protagonista, que ya
convertida en Alma volverá cada tanto en su memoria a aquellas escenas felices
del pasado que atenuarán las horas de decepción y desdicha en la ciudad,
entregada a un destino que no buscó, pero que en su resignación contribuirá a
perpetuar.
Además de referirse centralmente al tema de la
prostitución, de lamentable vigencia en la actualidad (en nuestro país y en el
mundo entero, con incontables mujeres esclavizadas), la obra habla del
desarraigo y desamparo de la gente del interior que viene ilusionada a la
capital en pos de una vida mejor, del maltrato y discriminación que sufre, de
los múltiples abusos de los que son víctimas las mujeres. Imposible no
solidarizarse con Victoria-Alma por todo lo que
representa, con su sencillo vestidito blanco que usa durante todo el
espectáculo, acaso sugiriendo que su alma, a pesar de todo, no se ha
prostituido.
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